lunes, 25 de agosto de 2008

Heroes de guerra

“Por entregar un mensaje bajo excepcionalmente difíciles circunstancias y contribuir con ello al rescate de una tripulación de la Real Fuerza Aérea” (RAF). Así se justificó la medalla al valor entregada durante la II Guerra Mundial a… una paloma.



NEHU 40 MS1 era el contundente nombre oficial del ave, y se la premió por el salvamento de los tripulantes de un avión torpedero británico Bristol Beaufort que, alcanzado por los alemanes durante una misión en Noruega, hubo de hacer un amerizaje de emergencia en el mar del Norte en un gélido febrero de 1943. Perdido el contacto por radio, encaramados desesperadamente en los restos del fuselaje, con mal tiempo y olas enormes, los aviadores soltaron como última esperanza la paloma mensajera que llevaban. El pájaro, exhausto, empapado y cubierto de petróleo, consiguió llegar a los cuarteles del RAF Pigeon Service, donde los expertos fueron capaces de retrazar su ruta para dar con los náufragos y rescatarlos. Dado que la denominación numérica era algo fría para un héroe, a la paloma se la rebautizó con el teletúbico nombre de Winkie, en referencia a los guiños que hacía con los ojos, una simpática característica que resultó ser producto del estrés bélico.

La historia nos permite conocer casos tan impresionantes como la de Voytek, el oso de Montecassino que abría las latas de munición de la brigada polaca en la dura batalla por la abadía; la de Rob, el collie paracaidista del servicio secreto británico (SAS) que desafió a la Gestapo, o la de Oskar, el gato del acorazado Bismarck, de azarosa vida.



Tampoco sabe mucha gente que el crucero imperial alemán Dresden llevaba a bordo un cerdo marinero –y no un marinero cerdo– que atendía por Tirpitz. O la historia del caballo del mariscal Rommel, un purasangre árabe blanco que heredó el vencedor del Zorro del Desierto, Montgomery. En el teatro africano se hizo famoso también Joe, el ganso de Tobruk.



U
na bonita aunque triste historia: en Gallípoli, donde las fuerzas de los anzacs (australianos y neozelandeses) sufrían una barbaridad para avanzar desde la playa bajo el inmisericorde fuego turco, el soldado Simpson se dedicó a recoger y transportar heridos ayudado por un burrito. Lo hacían sin reparar en peligros y el burro desarrolló un sexto sentido para prever la inminente llegada de los obuses. La recurrente acción del samaritano y su Platero antípoda, que parecían entenderse a la perfección, enterneció a los rudos aussies, no así a los turcos, que a la que pudieron le pegaron un tiro a Simpson. No se sabe qué fue de Murphy, aunque parece que finalmente fue evacuado con el 6º Regimiento indio de Artillería de Montaña.



Una de las sorpresas que te encuentras es enterarte de que los animales más premiados por su valor en las dos guerras mundiales han sido las palomas. De las 500.000 empleadas en la II Guerra Mundial, 20.000 fueron KIA (killed in action); a 16.544 de ellas se las lanzó en paracaídas tras las líneas alemanas “y, capturadas o muertas por el enemigo, sólo 1.842 volvieron”. Varias exiben medallas for gallantry (al valor). Dan ganas de cuadrarte y saludar ante el coraje de la paloma 2709, que voló de noche y herida para librar con su último aleteo un mensaje al cuartel general; caída muerta al suelo al llegar, tuieron que retirárselo póstumamente de la patita fría.


Si las palomas son paradójicamente animales muy bélicos, un águila al menos ha destacado en la historia militar. Se trata de Old Abe, la mascota de la famosa 101ª división aerotransportada. La historia del ave –en realidad, una serie de ejemplares que han ido sucediéndose– se inicia con un indio chippewa, Sky Chief, que la apresó y vendió a la compañía C del 8º Regimiento de Wisconsin. La unidad, cuenta Evelyn Le Chêne, la llevó al frente durante la guerra de secesión en una percha portada por un sargento, entre los colores del regimiento y los de la Unión.



Entre las celebridades, quien firma estas líneas tiene debilidad por Bobbie, el pequeño terrier superviviente de la terrible batalla de Maiwand, en la segunda guerra afgana. Es una historia que debe contarse: Bobbie era la mascota del 66º regimiento de a pie y, cuando la unidad fue enviada a través del paso del Khyber para vengar la muerte del contingente británico asesinado en la Residencia de Kabul, marchó con sus camaradas humanos. “Tenía un sentimiento innato del deber”, escribe del bueno de Bobbie la entusiasta Le Chêne. Cuando el enorme ejército de Ayun Khan arrasó al 66º en Maiwand, Bobbie permaneció hasta el final en la delgada línea roja –en su caso, peluda y color café con leche– y fue el único superviviente, aunque malherido, del last stand de los 11 últimos soldados de la unidad. Cómo se salvó de los salvajes ghazis afganos es algo imposible de saber, quizá se hizo el muerto o lo tomaron por un gorro. El caso es que un día apareció cojeando en Kandahar. De regreso a Inglaterra, la propia reina Victoria lo condecoró con la medalla de la campaña de Afganistán. A Bobbie se le puede ver en la exposición, sobre una canastilla. Incluso disecado, tiene una actitud arrogante, el pequeño y valiente bastardillo. Tanta batalla y fue a morir en un tonto accidente en Gosport (Hampshire). Dicen que la reina lloró al enterarse, algo que no hizo por Gordon de Jartum…



Junto con otros premios nos encontramos con Tiney, que participó en la batalla de Tel el Kebir y ganó la medalla del Khedive (se la impusieron a la vez que a varios soldados: debe ser raro que te condecoren en la misma ceremonia que a un perro). ¡Ah, los ingleses…! Un can menos estirado es el pastor alemán Brian, que participó en el desembarco en Normandía. Y una perra muy sufrida es Judy, una pointer que fue prisionera de guerra (POW) de los japoneses y se la condecoró por ello. No podemos dejar de hablar aquí de los perros aviadores, uno de los cuales, Mustard, un cocker spaniel, acabó la guerra con más de 500 horas de vuelo, siempre en la carlinga con su amo, piloto de la US Air Force.

Los gatos se han visto también implicados en las guerras. Más listos, su papel se ha reducido normalmente a servir de mascotas, aunque alguno ha tenido un papel ciertamente importante, como el célebre Sebastopol Tom. Dicho felino, un tabby, vivió el terrible sitio de Sebastopol durante la guerra de Crimea y consiguió evitar a los zuavos franceses, que cazaban gatos para practicar con la bayoneta. Dejado atrás por sus amos rusos, el animal fue hallado en un sótano por el capitán William Gair, del 6º de Dragones de la Guardia, que, siguiendo luego al gato, con el que trabó amistad, fue a dar con un imponente almacén de víveres oculto, para alborozo de las famélicas tropas británicas. Es difícil saber si Tom condujo al enemigo hasta el almacén por cariño o por hacerse con unas sardinas, pero fue considerado un héroe. En gratitud, lo llevaron a Inglaterra con los Dragones y acabó sus días como una reverenciada figura simbólica de los duros días de Crimea, al estilo del general Faversham de Las cuatro plumas. Otros gatos imprescindibles en esta somera relación son Simon, la mascota del destructor HMS Amethyst, que vivió la emocionante aventura real en la que se inspiró el filme El Yang-Tsé en llamas –resultó herido en el ataque al navío durante la guerra civil china–, y el gato del acorazado Bismarck, Oskar.


Éste, cuya historia se cuenta en la exposición, junto a un cuadro en el que se le ve con cara estupefacta, fue rescatado del agua tras el hundimiento del gigantesco navío nazi e izado a bordo del HMS Cossack, que a su vez fue torpedeado poco después. Salvado de nuevo de las aguas, Oskar fue a parar al portaaviones Ark Royal… hundido a continuación por otro submarino. Vuelto a rescatar –siete vidas, ya se sabe, que se incrementaron a nueve al convertirse en un gato británico (allí los gatos tienen nueve vidas)–, el gato del Bismarck acabó sus días en la Casa del Marino de Belfast, donde pocos veteranos tendrían tantas anécdotas que contar…

No hay que olvidar a los gatos submarinistas: Adelbert era miembro de la tripulación de un U-Boot nazi. Hundido el sumergible por un destructor británico, el gato fue rescatado y, según sus nuevos dueños, “rápidamente se volvió inglés en apariencia y mentalidad”.



A los animales se los ha involucrado en los aspectos más sangrientos de la guerra, como verdadera carne de cañón, pero también los ha habido dedicados a salvar vidas: los perros de la Cruz Roja y los canes especialistas en rescatar a víctimas de bombardeos, como Irma, que localizó en Londres a 21 personas atrapadas entre las ruinas y ¡a un gato!


De entre todas las historias de animales que se han visto mezclados en nuestras guerras, hay que acabar con una muy especial: la de Rob, el laborioso collie de granja reclutado por los servicios secretos británicos que, tras participar en decenas de operaciones peligrosas –entre ellas, la destrucción de aviones en un aeródromo– y saltar más de 20 veces en paracaídas, fue desmovilizado y regresó a su tranquila vida en el campo, donde cuidaba ovejas y adoraba a los niños. Cuando murió, el Ejército ofreció una tumba en su ilustre cementerio de mascotas. Pero su dueño, valorando más al pastor que al soldado, prefirió enterrarlo en casa.



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1 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Bua que buenos estos dos posts de animales, cómo me he podido reir (lo que es la vida jaja).

Eso si, hay más de uno que da una pena... Héroe de Guerra y de premio, ¡a disecar!

25 de agosto de 2008, 15:04  

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